
Hoy es mi primer día en Haití. Ya han pasado muchas horas desde que salimos de Santo Domingo. Hemos recorrido ciudad tras ciudad, conversación tras conversación y cada minuto nos acercamos más a la frontera. En el camino aprendo, de las conversaciones de quienes han vivido más que yo; observo, un seco paisaje que plasma su belleza por medio de la majestuosidad de cada montaña, pradera o cordillera. Pensaba, en lo que dejaba atrás y en lo que perseguía hacia adelante. Tantas cosas pasaban por mi mente. Era el día de mi Gran Kermes, la venta de comida con la que recaudaría mis fondos. Mientras me acercaba a mi destino toda una iglesia se esforzaba por dar lo mejor de si para enviarme. Trabajaban incansablemente por recaudar mis fondos, se entregaron hasta más no poder por hacer algo por esta causa, impactaron mi corazón y me agradecieron por hacerlos útil en este proyecto. No lo podía creer, al final de todo había tenido tanto apoyo. Desde el mas pequeño hasta el más grande se entrego por hacer realidad este sueño, el sueno de Dios. En un momento me había visto tan solo, tan desamparado en este proyecto que no sabía como terminaría. Ahora las cosas habían cambiado. El que soportaba un proyecto en sus hombros, ahora lo soporta con los hombros de mucho. Ya no era mi carga, era la de una iglesia, la de un pastor, la de una familia, la de un amigo, una dama, un joven y a última hora, de un concilio. Lo que no tenia forma tomo, y lo que parecía se convertiría en fracaso ahora era parte del proyecto más importante del momento.
Las voces de mucho que decían no, pasaron por mi mente. Es peligroso, no vallas, espera un tiempo, no te arriesgue, no lo hagas, no. Eran más las voces de los que decían no que la de aquellos que dijeron sí, pero los que dijeron sí, me lo dijeron con hechos. Ellos fueron mi soporte. Me prepararon, me enviaron, me dieron una oportunidad, creyeron en mí, y aquí estoy, camino a mi experiencia misionera que seguro marcara el inicio de una nueva etapa en mi vida.
El camino seguía y parecía interminable. Del otro lado de la ventana percibía un mundo muy distinto al mío en muchos aspectos. Mientras más entraba en lo profundo del sur, mas grande era la pobreza, mas latente era la necesidad, más oscuro parecía el camino. A pesar de todo estaba más que emocionado por llegar, sentía un gran respaldado, un fuerte apoyo moral y espiritual.
El día anterior había sido tan intense, fueron tantas las reuniones, las filas largas en bancos, el trabajo para obtener una visa, el trasporte en metros, carros y buses. El cansancio fue tan intense, pero jamás pudo vencerme, no ahora. Tenía las fuerzas para seguir, para llegar a mi destino, para marcar la diferencia. No me detuvo la falta de dinero, no lo hizo la falta de equipos, no lo hizo el miedo, que en momento recorrió todo mi cuerpo, no lo hicieron las malas opiniones de mucho, no lo hizo una réplica del terremoto, no lo hicieron las bacterias, no la muerte que estaba propensa. Sabía que tenía un llamado y una sola oportunidad para hacer realidad lo que Dios había puesto en mi corazón, y lo hice, tome una decisión.
Ya estoy en Jimani, el último pueblo, el lugar de la frontera, donde seré entregado en manos de los haitianos. Me sorprende que estén aquí tantas personas importantes para entregarme. Desde la jerarquía del Súper Intendente Miguel García hasta la tierna gracia y amista de mi amiga Arisela Morel. Amigos, pastores, líderes y compañeros. Ya no sería lo mismo, tenía todo un concilio que representar en aquel país, toda una responsabilidad antes mis lideres más grande y ante cada hermano que doblo sus rodillas y oro por mí, pero sobre todo una gran responsabilidad ante Dios. Entre puntos y acuerdos entre los concilios llego la hora de sellar mi pasaporte y como dijere mi compañero Ovalle, Cruzara al otro lado.
Haití, entre a este lugar, comencé mi estadía en una tierra abatida por el dolor, la angustia y la desesperación. No me recibieron con una bienvenida como se acostumbra recibir a un misionero, no hubo presentaciones de nombres y formalidades, no en ese momento; solo tres camiones de comida, agua y medicina para descargar y almacenar. Cansado por un viaje de más de diez horas, con ansias de comer y descansar en una cómoda cama comencé a descargar paquete por paquete todas las ayudas que habíamos llevado. La comida debía esperar, también la cama. Fue la primera vez que mis sentidos no respondían como debían, pero no podía parar, aun quedaba mucho por hacer esa noche. Después de este arduo trabajo terminamos y salimos a casa. No me esperaba el rico plato de cena que como de costumbre solía tener en casa, o la espaciosa cama en una habitación segura y confiada en la que dormía; me esperaban latas. Latas con comida, no era mi costumbre, pero allí comenzó a serlo. Dormir con la ropa puesta, la mochila a un lado, una lámpara eléctrica a tu alcance, en el medio de la sala, listo para salir corriendo y con las puertas casi abiertas, era una nueva modalidad que debía aprender; no quería quedar atrapado bajo los escombros. No olvidé la parte del baño, solo que en estos casos solo nos toca algunas veces a la semana, y no era ese día. Termine escribiendo en mi diario: A este lugar, lo define la palara trabajo y supervivencia.






