Somos de carne y hueso, sentimos, sufrimos y si, lloramos. Día tras día nos levantamos haciendo realidad los sueños de los de mas y en ocasiones destruimos los nuestros. Logramos que la gente formen sus vidas mientras que la nuestra por momentos se desborona.
Quisiéramos no seguir, dudamos en ocasiones, soltar la toalla seria lo mejor, eso decimos, pero no lo hacemos. ¿Por qué? Por Dios, por la gente, porque nadie lo haría si nosotros no lo hacemos, y claro, por el corazón que tenemos. Corazón que sufre con los que sufren y llora con los que llora, y corazón que se da, aun por los sueños de aquellos que no ha conocido.
Ministramos sin ser ministrados, sonreímos para hacer feliz a otro y por dentro lloramos. El dolor nos arropa detrás de la puerta y al abrirla tenemos que brindar `paz, alegría y descanso. Buscamos la perfección de los santos y vivimos con la realidad de ser imperfectos. Brindamos esperanza cuando aún no hemos visto la nuestra. Nos exigen ser intachables, y no podemos.
Conquistamos vidas, iglesias enteras, naciones, el mundo, pero en muchas ocasiones no podemos conquistar el corazón el corazón de la mujer que amamos, el hijo que tenemos o el familiar que ya nos extraña. Nos importa tanto la gente que olvidamos lo nuestro, lo que nos pertenece, eso que amamos, y entonces pensamos, que no existe otra forma, que tengo que vivir sacrificado y ponemos la excusa de que es cuestión del llamado. Cuando los problemas nos llegan y nuestras familias se acaban, cuando los hijos se alejan y el matrimonio se apaga ponemos la culpa en el sistema que existe, en las iglesias que vamos, en el Dios del llamado o en cualquier hermano; pero jamás miramos el corazón imperfecto que por dentro llevamos, el error del extremo de inclinarnos a un lado. Y ponemos excusas, y buscamos otra oportunidad, otro momento para volver a intentarlo y creemos estar bien porque ayudamos a otros, creemos tener familias sanas porque sanamos a otros, pero no, no es lo cierto; el error es nuestro.
Olvidamos las prioridades y creemos hacer lo correcto, pero fallamos. Lo dice una pastora que no se siente amada, lo dice un hijo que anhela que su padre lo escuche, lo dice un hermano que extraña compartir un rato con aquel llamado ministro; pero las personas se alegran porque ven que das tanto, pero lo que ellos no saben es la realidad que nos golpea por no ser equilibrados.
Reaccionemos, nosotros también tenemos sueños y Dios quiere que lo vivamos, encontremos la forma de ser el héroe de nuestras propias casas, el regalo preciado de quienes nos rodean en los tiempos buenos y malos. La admiración de nuestras esposas, el cariño de nuestros hijos, el aprecio de nuestro hermano y ganemos lo que es nuestro antes de ganar lo que no lo es o pagaremos el alto precio de perder lo que se nos ha regalado.
Que no sea tarde para que lo pienses…
…y si lo es, es tiempo de comenzar a cambiar.
Sermones y Reflexiones
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